NIÑOS DE LA CALLE(1)

Casi a fines de milenio, atravesamos una etapa histórica de profundas transformaciones económicas, sociales y políticas.

Una larga y penosa crisis estructural afecta a los estratos más vulnerables e indefensos de la sociedad. La pobreza y la injusticia en la distribución de la riqueza, cada vez más extensa y profunda, es el principal problema, que amenaza la existencia de las mujeres, niños(as) y ancianos(as).

Este trabajo pretende abordar, en términos conceptuales, las políticas sociales relativas a la acción y atención de los niños y adolescentes que viven en las calles, plazas y mercados de nuestras ciudades.

Esta situación presenta variaciones y características particulares en los sectores sociales afectados. El desempleo y la escasa oferta de trabajo para jóvenes y adultos ha crecido en forma alarmante en los últimos años, pero esto no desalienta a los cada vez más numerosos migrantes del campo a la ciudad.

 

Así, la vida urbana marginal presenta un deterioro irreversible, y en ella tratan de sobre vivir los niños(as) de la calle. Excluidos de la vida escolar, de los centros de salud, y del acceso a una vida digna, aprenden a caminar en las calles y son desde muy temprano sostén de su familia y trabajadores informales.

Sin embargo, en un contexto tan adverso surgen propuestas alternativas, no gubernamentales, para atender desde el seno mismo de la sociedad algunas de las necesidades básicas de quienes son marginados y excluidos del accesos a los bienes básicos para sobrevivir.

 

EL NAUFRAGIO.-

La relación cultura - sociedad en la historia de la familia migrantes del campo a la ciudad, es un tema al que se debe dedicar gran atención en los programas sociales contra la pobreza. Se ha hecho evidente que la privación cultural de los niños(as) que crecen en esa transición, es casi tan importante como la privación socio-económica. Lo trasmitido simbólicamente de generación a generación, lengua, hábitos, modo de vida, se modifica bruscamente ante una nueva exigencia de la vida urbana.

Las organizaciones sociales, las instituciones ciudadanas, organizaciones civiles, policía, etc., entran en colisión con la estructura familiar, sus costumbres, sus ritos y su cultura. Los niños que sufren privaciones culturales están impedidos de aprender fácilmente nuevas formas de vida, porque no tienen el sustento necesario para adquirir con seguridad el pensamiento abstracto ni la cantidad de experiencias que en sentido positivo se precisan para orientarse en el futuro inmediato.

Se extiende ahora la opinión de que las deficiencias mentales, los problemas de conducta, proceden más de la privación y de la destrucción cultural que de una capacidad biológica determinante.

Los niños(as) que nos ocupan y que han tomado la calle como un hábitat, proceden en gran proporción de grupos familiares que han padecido este rompimiento cultural desde dos generaciones anteriores.

Paralelamente, podemos observar que el interés por el estudio del tema ha ocupado a educadores, investigadores, políticos, trabajadores sociales, desde hace aproximadamente veinte años.

No obstante, podemos afirmar que aún no se ha logrado una acertada política social e institucional para el tratamiento de las familias en su transición cultural. En general se ha puesto la atención sobre la conducta desviada del niño(a) o el joven sin atender de manera integral al grupo familiar del cual procede y a situaciones de transición y brusca adaptación a nuevas formas de vida.

Dice David Fernández S.J. "Una situación familiar de extrema pobreza y origen macro-social, provoca el naufragio completo de los núcleos familiares que se constituyen a partir de ella. El problema del niño(a) de la calle es un problema de las familias de la calle, abandonadas por la sociedad y sus instituciones sucumben en su propio abandono" (En "Malabareando; La cultura de los niños de la calle").

 

En estas últimas décadas los niños(as) de la calle conforman ya un grupo cultural, con su propia lógica construida en la lucha por la supervivencia. en este contexto los niños(as) y jóvenes con los que hoy trabajamos tienen por delante un futuro incierto dentro del cual proyectan la dureza de sus frustraciones y resentimientos expresados en sus formas de relación con su pareja, con sus hijos(as), con sus compañeros(as) y con el grupo de convivencia más cercano.

Este problema social e histórico muestra un grupo social condenado a repetir el mismo naufragio; nos exige una profunda indagación teórica, metodológica y política para encontrar con ello, los niños(as) d ela calle y nosotros educadores(as) y profesionales la ruptura del estereotipo de la culpabilidad de la víctima al que nos ha empujado el proyecto económico-social vigente.

 

 

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